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AHOGAR UN RELOJ

Llevo días buscando las palabras adecuadas. Él señala hacia la puerta y me ordena registrar sus cajones. Cuadernos. Camisetas deportivas. Relojes gastados y una caja de condones. Sonrío. Sonríe. Me tiemblan los labios. El aire que macera la ventana es gaseoso. Hay tres maletas en la puerta. Dije que nos llevaríamos lo imprescindible. Al fin y al cabo, el contrato de alquiler finaliza en diciembre. Volveremos, le digo. Recuerda que nos han invitado a la final de los Play off. Brillan virutas blancas en sus labios. Es mi obligación que se mantenga hidratado. (Me) Maldigo en silencio mientras alzo la caja de condones. Sabe que disimulo. Sabe que las paredes de la habitación, con sus cuadros y fotografías ahumadas, son hiedra; hiedra que se anuda a mi cuello y me asfixia. No piensas que nos vayamos a ir, dice. Respondo: Es tu voluntad. Pero si por ti fuese, insiste, nos quedaríamos. Respondo: Sí, es nuestra casa, y nuestra ciudad. Sé que aludirá a las debilidades de su cuerpo, a las mías, a la delgadez del sol que rebota en los rascacielos para convertirse en oro alquitranado. Observo sus brazos llenos de sal. Observo su cuerpo encorvado entre almohadones. En su escritorio yacen (y mueren) todos los papeles. Exámenes. Licencias. Manuscritos ahebrados con su letra enferma. He guardado los informes y sus analíticas; gimen como bestias. Dice: Crees que no vendrá nadie a recogernos. Asiento. Dice: Crees que he dejado de importarles. Abro el armario lateral. La carpeta con su testamento está en la tercera balda. Su tacto es flamígero. Su tacto me corroe los dedos. Lloro. Me insulta. Ríe. Río. Lloro. Dice: Te abrazaría si pudiese andar. Lo harás, digo. Claudica la luz. Las aristas de los muebles enferman bajo el frío; enferman entre vahos carnívoros que desgastan el tiempo. Todo está preparado. Todo está empaquetado junto a la puerta. Sostengo los billetes; billetes limpios e insultantes que me arañan la piel. Vámonos, digo, y cumple con tu último deseo. Puede que allí nos recuerden. Puede que allí recuerdes que aún es pronto para besar la tierra. Vámonos, digo, mientras ahogo el Reloj y me acuesto a su lado.

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