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SOBRE EL CONSUMO Y LAS HISTORIAS DE AMOR

La nueva normalidad, con su querencia de puertas abiertas, con sus llamados al reencuentro, al abrazo y a la reconquista de los viejos espacios, es también la nueva normalidad del consumo. Sobre la adquisición compulsiva de cosas, sobre la acumulación instantánea de experiencias basadas en cosas, erige el Estado la nueva militancia. Dejamos atrás el aislamiento y la contención emocional para invadir, como si fuésemos soldados, el terreno de la propagación económica.

 

En el equilibrio de los millones de balances que la pandemia enfangó con silencio, deterioro y peste, reside para algunos  la reconstrucción del mundo. De ahí la necesidad, hábilmente promocionada, de adquirir y de seguir adquiriendo, como si el patriotismo fuera solo un acto compulsivo de acumulación. Idea que sería brillante de no ser porque el consumismo, al igual que el éxito, al igual que la productividad en su expresión más mayestática, está concebido para generar desechos, para acelerar las virtudes fungibles de lo adquirido y envolver con plástico y reflejos fluorescentes nuestras nuevas y normales necesidades.

 

Serviría lo anterior si el objeto que se repite a lo largo de una interminable cadena productiva, con distintos contornos (siempre escuetos, siempre atractivos, siempre luminosos) e idéntica vacuidad, fuese históricamente perdurable. Pero la réplica, la uniformidad y los trazos unicolores que son propósito y, al mismo tiempo, defecto de fábrica, no sirven para cimentar la memoria. Muy al contrario, la embadurnan con esa peligrosa capa de fugacidad que es siempre preludio de olvido.

 

Contra ese consumismo salvador y profundamente reaccionario, existe el submundo emocional, llamémoslo revolucionarios, que tan bien describió Orhan Pamuk en su novela El museo de la inocencia, y en el que búsqueda y clasificación de lo minúsculo, de lo personal, de lo inservible, de lo descartado por ser viejo, de la chatarra heredada de generación en generación que supuso para alguien un momentum, un estallido de vida o la brizna que alimentó la resurrección de un cuerpo muerto, reside la verdadera sala del recuerdo, aquella que reconstruye e inmuniza no solo la historia de amor de sus protagonistas, Kemal y Füsum, sino otra historia de amor más profunda y colectiva: la única que es capaz de proteger la memoria y el relato más íntimo de todo un país.

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