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Voglio vederti danzare come zingare del deserto, después se alzan las manos. Él las dirige desde el escenario, salta ligeramente y cierra los ojos. E tutto ruota intorno alla stanza mentre si danza, danza, para recorrer el escenario alzando su pie izquiero. Apenas sonríe. Los focos clarean su calva. Es arrítmico y contagioso.

Me sorprende que una canción de 1987 me golpeé años después como solo haría un verso de Yeats o el mejor de los párrafos de París era una fiesta. Visiono el vídeo dos veces más; no hace mucho sonreí cuando Tom Jones interpretó a capela Great Balls of Fire en un plató de la BBC.

Dignidad.

La delgadez, la sonrisa ahuesada, los gestos encanecidos son signos de dignidad. De dignidad mezclada con el lujo minimalista de quien cuadra por fin su círculo vital.

Entonces pienso en mí. Poco tengo en común con Franco Battiato, ni con la caricatura obesa de un Hemingway apuntando torcidamente con su fusil. Pero quiero pensar que yo también envejeceré subido a un escenario, transformando mi inmundicia en elegancia, y viéndoos danzar, por última vez, como zíngaros en el desierto.

 

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