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DE PESADILLAS Y REGRESOS

 

Cuando era niño, y había tenido una pesadilla dolorosa, al día siguiente me negaba dormir. Estar en vela me protegía de los monstruos, y de algún modo expandía el tiempo a mi favor. Si había despertado sano y salvo de mi primera pesadilla, en la segunda no tendría esa suerte. No caer en el abismo del sueño era un acto de responsabilidad.

Acumulamos en nuestra memoria muchos escenarios terroríficos. Algunos son reales. Otros son proyecciones de recuerdos oscuros.

Jamás regresaría al quirófano donde alguien tuvo que salvarme alguna vez la vida. Jamás visitaría la curva  en la que un día frené demasiado tarde. Jamás vería por segunda vez la fotografía de un muerto. Quizá porque ese muerto debía ser yo. Quizá porque no quiero morir, y mucho menos hacerlo con dolor.

Ricardo García Vilanova es un periodista que ha cubierto conflictos como los de Afganistán, Irak, Siria o Nigeria. Entre septiembre 2013 y marzo de 2014, Ricardo fue secuestrado por milicias del Estado Islámico en el norte de Siria. Poco sabemos de su liberación o de las condiciones de su cautiverio. La suerte que tuvieron otros compañeros era ya viral. Antonio Pampliega, periodista freelance que permaneció secuestrado durante 299 días por milicias de Al Qaeda en Siria, relata en su libro En la oscuridad su terror a ese momento final, a ese maldito escenario teñido de naranja y metal dentado. «Recé todas las noches pidiendo que, si debía ser, al menos no me doliera.»

Ricardo permaneció en varias prisiones sirias. Allí fue testigo de torturas y asesinatos. Allí vivió el terror en primera persona, de manera propia y ajena, escuchando gritos emparedados en el cemento, o vomitando directamente los suyos. Hoy, tres años más tarde, Ricardo regresa al sótano que pudo ser el suyo, dispuesto entrevistar a dos de sus secuestradores. Hay cables y orificios en las paredes. The Beatles (es el apodo de los dos terroristas) aguardan en un sillón. Visten como occidentales, y apartan la mirada cuando Ricardo se detiene frente a ellos. Tras la caída del califato, son solo dos convictos. Gesticulan como tales. Tienen, incluso, un punto imberbe.

Pero ese sótano, convertido ahora en pecera, tiene sus huellas. Huellas de una pesadilla cargada de dolor, y que muy a nuestro pesar es intemporal, al igual que el miedo que regresa a nuestra boca convertido en recuerdo o en residuo emocional.

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