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DÍA MUNDIAL DE LOS REFUGIADOS

Existen los hechos objetivos: encarcelamiento, tortura y muerte. Existen las razones subjetivas: orientación política e ideológica, identidad sexual y activismo social o religioso.

Existen, también, múltiples razones coyunturales: persecuciones colectivas, guerra declaradas y guerras oficiosas o la sempiterna hambruna. Y junto a ello, parajes de tránsito, largos peregrinajes y deudas contraídas con mismísimo el Diablo.

Y en la temida estación término, los sacrosantos espacios oficiales: puestos fronterizos, unidades consulares y oficinas de asilo en las que se abrirá, con todo el peso de la ley, con el espíritu de aquellos tecnócratas que expurgan el mundo en las profundidades de un salón, un escueto expediente que someterá a juicio a quienes ya no saben respirar con dignidad.

Juzgar…

¿Pero con qué derecho se juzga a quien arrastra tantísimo silencio, a quien malvive entre golpes nocturnos y pisadas bajo el plomo? ¿Por qué aplicamos sordera a todas las palabras anteriores cuando ellas, cosidas entre sí como frágiles teselas, componen el relato de la verdad? ¿Cómo y cuándo aprenderemos —como diría Caballero Bonald— que a todos los gritan la palabra auxilio junto a una verja, o en los costados de una lancha quemada, o en las angostas cabinas de un CIE, les sabe la boca a sangre?

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