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Me acerco, y por un instante agradezco tu confusión. He bajado las persianas. La luz dorada del techo representa la entrada. He roto los tubos centrales para evitar la orgía de haces sobre las sábanas.
Yo soy una sombra.
Visto de blanco, pero soy una sombra.
Sin rostro ni voz, sin grosor; muevo mis manos para demostrarte que soy carnal, que soy difunto y real, como un ángel. Aún respiras, padre. Aún sientes la grieta pulposa en el pecho. He limado las esquinas y los vértices de la cama porque necesito que te concentres en mí.
Yo soy Tú.
Yo soy Ellos, y por supuesto soy Él.
Le represento en tu nombre, y en el mío.
Le represento en nuestra tierra firme, en este tránsito poroso de verdades y dolor.
Si has de dormir, padre, quiero que me mires, y duermas.
Quiero que te calmes.
Quiero, y de ahí mi mentira, que nos despidamos sin miedo y con un hasta luego.

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