Bosco Ntaganda fue, hasta el día de su arresto, comandante en jefe del CNDP (National Congress for the Defense of the People). Viste traje oscuro, camisa y corbata de color púrpura y gafas de montura dorada. Parece un ejecutivo de Deloitte. Sentado en la última fila, rodeado de su amplísimo equipo de abogados, escucha atentamente la presentación final de la Fiscalía.
Esclavitud sexual.
Reclutamiento de niños menores de 15 años.
Asesinatos en masa.
El reportaje fotográfico es estremecedor. Los videos se proyectan a cámara lenta, etiquetados en su franja inferior para su posterior valoración probatoria. Hace ya tres años, cometí la imprudencia de escribir una novela que sobre el genocidio. Las fotografías que aparecen en el monitor no son fruto de mi imaginación como escritor. Son pruebas de la Fiscalía. Son la representación legal y real de la barbarie. No, no son ficción, como tampoco lo es el acusado, quien gira educadamente la cabeza cuando le exhiben la fotografía de un cadáver.
A mi izquierda (lejos) se encuentran algunos familiares del general. Elegantes, con traje claro; observo en ellos el reflejo barroso que imaginé tiempo atrás en uno de mis personajes. Alguien canta, sarcásticamente, la canción bélica aludida minutos antes por la Fiscalía. Me asustan. Me sorprenden. Me encandilan. Y tengo la sensación de que estoy en el lugar acertado, aquel donde mujeres y hombres porfían por un mundo más justo, y que soy afortunado de observar la carnificación del mal desde el lado de los buenos.
Add Comment