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LOS DEMÁS

Ni ayer ni mañana. Ni siquiera ahora. La tragedia construye siempre un limbo en el que todo es extraño, incluido el cuerpo. Tampoco hay memoria. El recuerdo y el presente están separados por una vastísima zona de guerra. Allí los parajes son infranqueables. Allí las voces amigas se mezclan con el ruido de los otros, con el silbido del plomo y con la sombra de los que un día fueron camaradas y hoy se debaten entre la sangre y el polvo.

Y él, superviviente, mutilado en manos y rostro, insensible al tacto y espantado ante la imagen que le devuelve el espejo, aquella que le escupe como si todos los minutos hubieran muerto, como si el tiempo presente, convertido en eternidad, solo fuera el epítome de una cara sin carne. Cómo regresar al ayer, cómo recuperar la identidad de quien ya era antes de que el mundo volase por los aires. Cómo regresar a Shakesperare, a John Coltrane y a Velázquez. Cómo acercarse de nuevo a Michel Houellebecq. Y sobre todo, cómo afrontar la culpa de los otros, cuando ni siquiera hay un mundo habitable en el que llorar, ni mejillas que sostengan el llanto. Para Philippe Lançon (Vanves, 1963), la escritura es el único modo de controlar el olvido. Y de esa reformulación del recuerdo, en ocasiones obsesiva, nace El colgajo (Anagrama, 2019).

Lançon, periodista del diario francés Liberation y de la revista satírica Charlie Hebdo, fue uno de los supervivientes del atentado terrorista ocurrido en París el 7 de enero de 2015. En el ataque perdió parte de la mandíbula y el labio. Su relato es el de un paciente sin identidad, preso de su doble condición de víctima y renacido; un hombre inválido dentro de un proceso de reconstrucción cuyo éxito también fue, muy a su pesar, una cuestión de Estado.

Y en la misma habitación de hospital, junto a hedor causado por la espera y los ríos de saliva, se amplifica la tragedia del resto. La tragedia de la familia, pareja y amigos que desactivan sus propias vidas para activar la vida de un cuerpo sin trazos, de un hombre oscurecido por el dolor que proyecta (y ramifica en los demás) su propia tragedia, que al mismo tiempo es la tragedia de un país. «Éramos como el hombre convertido en insecto de La metamorfosis, pero a diferencia del personaje de Kafka, nuestro entorno no nos rechazaba, no nos quería aplastar. Nos ayudaba a subir por la pared, a ponernos en lo posible de nuevo sobre las patas, fortaleciéndolas, sin por ello hacernos olvidar que nos habíamos convertido todos en réplicas de Gregorio Samsa».

Sin esas réplicas, y sin su nuevo rostro convertido en memoria y resurrección, Phillipe Lançon  jamás habría podido convertir el horror en alta (altísima literatura). Pero lo ha hecho, por suerte para todos los demás.

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