Todo tiembla.
Y todo cambia.
La tierra. La carne. La sangre.
Tiemblan mis pies cuando me asomo al abismo.
Tiemblan mis manos cuando siento (o sé) que he perdido el rumbo.
Que la he perdido.
Que los he perdido, mientras malgastaba el tiempo y soñaba con perder la memoria.
Háganme un favor: olviden sus prioridades.
Olvídenlas porque no existen.
Solo coman, beban, duerman, hagan el amor.
Sean creativos y construyan un poema para toda la vida.
Entonces regálenmelo.
O regálenselo a quien deseen abrazar.
Y luego abrácenle.
Blinden sus oídos con silencio.
Protejan la razón de su existencia.
Dibujen ríos, aunque sean ficticios, y musculen su caudal.
Bailen desnudos en el césped.
Pulan la historia del mundo en un trozo de piel.
Huyan de casa.
Ríanse de ella, verán que no la necesitan.
Viajen y fecunden la tierra.
Tómense de la mano y rocen la arcilla.
Bésense.
Prométanse.
Perfúmense.
Y juren (júrenme) que nunca dirán adiós cuando las horas tiemblen bajo la lluvia y se nieguen a dormir.
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