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Podría haber sido cualquiera. Desde David Morrisey hasta Lila Downs, pasando por el poeta de las trincheras, Pat Ingoldsby. Podría haber sido el artesano portuense que macera calladamente la los tallos de roble, o el pintor que ahora La Luz en el Pier 39 de la bahía de San Francisco. Podrían haber sido Carlos Fuentes, Joseph Heller o Ryszard Kapuscinsky, o un híbrido de todos ellos, o su homónimo vulgar,

Y, sin embargo, este espejo adusto refleja mi rostro, y también mi cuerpo, y también mi pasado, con voz de presente y olor a futuro invalidez.

Todo es gris. Y la grisez, expuesta ante mí como un saco de hilos, resurge y se inflama en contra de mi voluntad, alentada por un tiempo absoluto que adelgaza ante mis ojos. Horas y minutos que sonríen exiguos con los brazos en alto, seguros del triunfo, seguros de que el Sueño de Otra Vida es ya una fábula.

Sí, he corrido demasiado y no puedo desnudarme, ni defender esta nueva identidad que pulí en el desierto.

No me creerán, ni me dejarán hablar, y mucho menos tocarán el manjar herético que incubé mientras dormía.

Me obligáis, por tanto, a transformar mi casa en un museo, a panelar mi descanso con los cuadros que ansié.

Me obligáis a convertir la impureza del tiempo malgastado en una soflama.

Y yo lo acepto.

Me extingo en los yoes que siempre soñé.

Yo os regalo este ataúd como prueba de vida.

 

https://elpais.com/internacional/2017/09/05/mundo_global/1504630498_761697.html

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