Digo que odio los arbustos ciegos.
Digo que vuelan sobre el techo los roces terribles.
No hay luz en mi laberinto asaltado, ni voces homónimas ablandando la pared.
Quiero sudar en las calles profundas, armado y sereno, como un vigilante.
Quiero sellar la paz conmigo mismo diciendo basta.
Digo entonces que te quiero.
Digo que solo tú puedes rugir, o rugirme, bajo el cielo bronceado de Manhattan.
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