En ocasiones, lo importante reside en un simple detalle. Si se trata —por ejemplo— de obtener la victoria en un proceso judicial, el detalle puede consistir en una palabra, en un gesto dirigido al tribunal o en la esforzada lectura de un precepto. Algo nimio y a la vez extraordinario. Algo que arroje luz al enigma. La literatura, por otro lado, se edifica con detalles, con palabras repatriadas, con imágenes anudadas casi siempre al dolor. Los historiadores desmenuzan sus archivos persiguiendo un dato, un dato minúsculo que hoy podría salvarnos del desastre. Los reporteros franquean la eterna torre de Babel traduciendo dramas que mañana serán nuestros.
En los detalles residen la verdad y la virtud. En los detalles nos reconstruimos como mujeres y hombres, como militantes. En los detalles anida nuestra conciencia colectiva. Aplaudamos, pues, a estos soldados de infantería y brindémosles un homenaje. Cubramos nuestros balcones con sus textos, con sus versos y con sus crónicas. Expurguemos el debate público de soflamas. Escuchemos con atención al que “ha visto” con sangre en los ojos y no al que miente.
Será un homenaje bellísimo.
Será un homenaje plagado de detalles que ellos —nuestros verdaderos soldados— agradecerán de por vida.
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