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SOBRE VERDADES Y MENTIRAS

Ser abogado y también escritor me permite contemplar con demasiada asiduidad las dos caras de la verdad, o las dos verdades que dan sentido a ciertas existencias: la verdad jurídica y la verdad literaria. La primera está plagada de hechos, datos irrefutables y formalismos que persiguen casi siempre la imposición de un relato, ya sea este verdadero o falso. La segunda se construye sobre la mentira consensuada que da origen a la ficción para revelar profundas e insondables verdades.

Hay procedimientos judiciales cuyo origen reside en la mentira. Y hay profesionales que transforman narrativamente esa mentira para convertirla en verdad, para hacer de ella una crónica cimentada en la ambigüedad y en el claroscuro. El reciente y vergonzoso ataque político/judicial contra el 8M es el mejor ejemplo de cómo la mentira, cincelada caprichosamente con oficialismos, puede transformarse en verdad.

La construcción de la verdad cuyo origen es un cúmulo de mentiras debería encontrar acomodo en los estadios de la ficción, lejos de la búsqueda de la verdad jurídica, que debe ser siempre objetiva, consensuada y sólida. Esa y no otra es la labor del jurista. Pero existe un problema espiritual en quien moldea la mentira con fines sacros: su rechazo a la sacralización de la verdad, que generalmente se traduce en el sometimiento de su lenguaje a una causa injusta. Por el contrario, el impulso de un escritor nace siempre de la necesidad, de la contradicción y del conflicto. Como dijo Gogol, el tormento interior, más allá de su mentira embrionaria, esconde una gran verdad espiritual.

Desde mi más indócil dualidad, confieso con gusto mi hartazgo cada vez más habitual por esa nueva verdad jurídica, y por quienes la ensalzan con lecturas y encumbramientos palaciegos. Son ellos quienes hacen de la otra gran mentira (siempre bella y siempre limpia) nuestra única fuente de luz.

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