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ZONAS Y CLAVELES

Me enseñaron a no sufrir.
Me enseñaron a conformarme con lo básico, con lo que ellos consideraban convencional. Convencional era un trabajo seguro.
Convencionales eran la estabilidad económica y la paternidad.
Convencional era vivir en la zona de confort.

Maldita sea la zona de confort.
Maldito sea el minuto exacto en que abrí la puerta y entré.
Porque allí había muebles, y comida, y una pantalla con imágenes neutras que hablaban de mí, y de personas que aún no existían, y de recuerdos que llamarían dócilmente a la puerta.

Y allí me vi.
Construyendo diques.
Vistiendo paredes a golpe de simulacro.
Divagando entre sombras.
Soñando con la embriaguez sin mover un solo dedo.

Nadie me enseñó las reglas de la guerra.
Nadie me advirtió de la fuerza del viento.
Ni del sexo oculto tras la arena.
Ni del poder de las heridas.
Nadie embridó mi caballo para que huyera de la triste claridad.

Y tras haberse derrumbado las paredes.
Tras haberme despertado a oscuras en el cruce de caminos.
Tras haber sentido el amor.
Y el poder de la carne.
Busco ciegamente una puerta que me obligue a morir lejos de los claveles y de la lluvia.

 

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