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CONSTRUIR LA JUSTICIA

Poco saben qué se cuece realmente en el interior de un palacio de justicia. Poco saben que el ritmo que imponen sus columnas, y sus techos acristalados y ese aire vetusto que recorre los pasillos imponiendo orden es muy distinto al ritmo frenético de la calle. En un palacio de justicia todo, incluida la visión de la propia justicia, es palaciego. Sus inquilinos, que son sabios, deambulan por las galerías con gesto sonámbulo. Lo hacen pensando en la ley. Lo hacen adorándola, adornándola y esculpiéndola con rígidos verbos. Lo hacen convirtiendo sus legajos en un objeto de culto, en cuerpo que se alimenta de la ciega contemplación del ciudadano.

Quienes tenemos el privilegio de acceder a sus vastas dependencias, sabemos que la verdad no existe lejos de la ceremonia, y que la reivindicación del dolor —y por tanto de la indemnidad— siempre está sometida a educadas reverencias, a formulismos que atemperan el lenguaje, y a silencios, la mayoría serviles, que adelgazan el natural impulso de las víctimas. Pero extramuros del palacio, no existe la pausa, y mucho menos el rigor académico que reduce la justicia una sabia ecuación de conceptos, proporciones materiales y una extraña ética de los números.

Cuando al escritor francés Philippe Lançon le preguntaron si la escritura de su novela “El colgajo” —en ella narraba sus años de recuperación tras el atentado en la sede del periódico Charlie Hebdó— le había servido de terapia, él respondió negativamente. La terapia, dijo, tuvo lugar gracias a los psicólogos, a los fisioterapeutas y a su familia. La escritura solo fue (es) un ejercicio literario, un proceso de conservación de la memoria, una crónica a medio camino entre la verdad y la emoción.

En un palacio de justicia se desglosan los hechos que ya murieron. En un palacio de justicia la visión del mundo es siempre tardía. En un palacio de justicia solo caben reparaciones teóricas, reparaciones sobre el papel: reparaciones que son, en muchas ocasiones, ilegibles y paupérrimas. Dejemos, pues, que los jueces hagan su trabajo y asuman la importante labor de escribir un bellísimo relato sobre la justicia. Mientras tanto, nuestro será el deber revolucionario de construirla.

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