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CUALQUIER TIEMPO PASADO NUNCA FUE MEJOR

Jamás diré que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque no es cierto. El pasado, en ocasiones, es devastador, y representa ese espejo con suciedad y grietas que atenúa el grosor de la luz, que desdibuja la memoria y resucita rostros que malvivían acertadamente en pasado. Sin embargo, para un escritor, en el pasado se resume todo. Se dice, y con acierto, que, sin la maestría de Cervantes, Tolstói no habría escrito Guerra y Paz, y que James Joyce adelantó con su Ulises la obra visceral y terrosa de Faulkner. Se dice, y yo lo comparto, que sin Yoknapatawpha jamás habría existido Macondo, y que sin Kafka habrían perecido en el intento los muchos escritores que siguieron su estela en la segunda mitad del siglo XX. Pero el pasado no siempre es luminoso ni está al alcance de quien pretende observarlo, de quien busca en sus detalles imaginarios la salvación frente al dolor.

He fantaseado en ocasiones con la idea de reelaborar mi pasado, de buscar en quienes me precedieron una suerte de homonimia que explique quién soy. Envidio a los escritores que son capaces de trazar la cronología de sus familias con sumo detalle, como si el paso de los años hubiese sido codificado, como si existiera el diálogo sin las costuras de la muerte. En mi caso, yo solo puedo dialogar con fotografías veladas, con rostros que me empujan a la invención. Nada, pues, salvo un puñado de apuntes biográficos que pronto dormirán bajo tierra.

Provengo de una generación que renunció el testimonio a cambio de mendrugos y agua caliente. Familiares que sobrevivieron en silencio mientras el plomo oscurecía las quebradas. Ninguno pudo pensar que los gestos y sus palabras a media voz serían mi único interrogante. Hoy les recuerdo entre la niebla. Hoy observo esta fotografía y su casa en medio del valle inventando, con absoluta certeza, la única historia que ellos habrían deseado contarme.

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