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UN DELIRANTE MINUTO DE FELICIDAD

En la guerra solo quedan en pie los esqueletos. A veces son edificios desmembrados. A veces son hombres y mujeres atravesando una calle repleta de cascotes. A veces es el ruido de todo cuando aún respira: ruido de pasos, ruido de horas que mueren sin morir, ruido de todos los ruidos, algunos inexistentes, otros memorizados y la mayoría sujetos a ese ruido mayúsculo que anuncia la fatalidad.

En la guerra, el aire se transforma en cal. En cal que cubre el rostro de los vivos. En cal que detiene el llanto de quienes han visto la muerte. Es la guerra, y nada más que la guerra. Por esta razón, todo aquello que no es aleatorio, todo cuanto escapa a la banalidad del milagro, no existe.

No existe la noche. No existe el descanso. No existe la intimidad ni el lecho. No existen hijos que gatean y palpan los contornos del mundo. No existe nada que se sostenga bajo el silbido de las bombas. Ni siquiera existe la esperanza, porque dentro de la guerra cualquier tiempo feliz es un delirio.

En su documental “For Sama”, Waad al-Kateab, retrata los seis meses de asedio que sufrió la ciudad siria de Alepo a comienzos del año 2016. No existe mejor ejemplo de dicho delirio que el de una familia que aún cree en la liberación del espacio, en el triunfo del espíritu y en la reconstrucción de todo aquello que murió entre los escombros. Es delirante, sí, porque la crónica móvil de Waad retrata la muerte, pero también la mirada pausada de quienes la contemplan en una camilla, o entre las esquirlas de un charco de sangre, como si esta no fuera sino presagio, como si el adiós de los cuerpos fuera solo el préstamo de una luz terriblemente poderosa.

En la guerra, y así lo demuestra Waad al-kateab, sobrevive siempre la memoria del otro, y el esfuerzo de quién deciden absorber el abismo por un delirante minuto de felicidad.

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