Nos preguntamos en ocasiones quién mide la magnitud del fracaso. Quién sustantivaza el estado de ánimo de los hacedores, de aquellos que se convirtieron por voluntad propia en moldeadores de la nada. Quiénes son esos sujetos. Qué herramientas de evaluación emplean sobre el otro. De dónde emana su autoridad para hacer del deseo y la contemplación una ecuación productiva, un objeto desechable según los niveles de impacto. Y lo más importante: por qué una sola vida transformada carece de valor sin el respaldo de mil o dos mil repetidores anónimos. Nos los preguntamos, sí, pero con escaso ardor revolucionario. Nos lo preguntamos y yo me lo pregunto mientras caligrafío con docilidad esta poderosa palabra.
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