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SOBRE LA BELLEZA Y LOS REFUGIOS

Para algunos visitantes, la belleza imponderable de un lugar constituyen su razón y su refugio. Razón para quien busca un espacio sin aristas.

Refugio para quien huye de la muerte del tiempo. En la plaza enrojecida que aún resiste, o en el río donde se enjuagan las luces de la tarde, hallarán los seres invisibles una voz contra el dolor.

Es la soledad del viajero. Es el infortunio de quien es asilado en tiempos de paz. O como escribe Manuel Vilas en Roma, es el remedio victorioso de la «amada y querida gente común», de la «amada y querida clase media, que pasamos por la vida sin demasiada gloria, pero con muchas penas, y con mucho silencio».

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