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EN LAS RAMAS DE UN ÁRBOL

EN LAS RAMAS DE UN ÁRBOL

Al pie de la autopista, y a muy pocos metros de un polígono industrial, se alzaba una de las construcciones más endebles y sobresalientes que haya visto jamás. Se trataba de una casa construida con tablones de madera (la mayoría raídos), mampuestos y un techo de latón horadado por el agua y las bolsas de ceniza. Sus cimientos, y en ellos radicaba su espléndida naturaleza, se sostenían en las ramas de un árbol en incombustible y oscuro.

En las esquinas de la casa ondeaban dos banderas. Una de ellas era de color negro, y en sus hechuras trizadas observé durante meses un mensaje sobrecogedor: «Yo sí vivo en las alturas».

La construcción, conocida por todos, cercada por la burocracia del ayuntamiento y protegida de quienes quisieron desgajar sus flancos, se mantuvo intacta durante el invierno.

Hubo quienes auguraban su desplome; y debido al consejo de algunos ingenieros que auscultaron las ramas del árbol con demasiado énfasis, el dueño de la casa desmanteló su andamiaje para rehabilitarlo después a ras de suelo.

El invierno pasó y llegó la bruñida primavera. La casa, sólida en aquella explanada de alheñas y curvados bidones, terminó por derrumbarse. No así las ramas del árbol, que permanecen, hasta el día de hoy, erguidas y solitarias.

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