No deben existir líneas de odio, ni alambres facciosos que impidan la comunión colectiva, ni líneas de vanguardia banderiles que atraviesen el corazón común; que desbrocen, con rancios laureles, esa gran máquina colectiva que fabrica aire. Si existen, si actúan, si separan con nocturnidad aquello que es uniforme y que todos convertimos en un bloque de metal, en un yunque contra la ignominia vírica, en un frente glorioso y popular contra el fin del mundo, ya no serán líneas de vanguardia; ya no serán pioneros en el combate contra el mal; ya no serán el sostén de los soldados blancos que pierden la vida en la trinchera protegiendo las balas y cuidando al caído, desplegando columnas en pasillos repletos de piel y en salas cuyo único ruido es la bocina que advierte de más metralla. Desde sus búnkeres, desde sus despachos improvisados, desde la comodidad que siempre da el consumo privilegiado del oro, tengan el valor de destruirlas. Háganlo, o la única vanguardia de este país tendrá el honor de destruirles a ustedes.
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