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LOS HIJOS ILEGÍTIMOS DE WILLIAM FAULKNER

Todos los caminos conducen a Faulkner. Así dijo Marlom James cuando descubrió, tras varios meses de escritura, que la clave polifónica de su novela Breve historia de sietes asesinatos no estaba en los guetos de Kingston, sino en la granja de AddieBrown ––protagonista de la novela Mientras agonizo––, y en el coro de voces que le acompañó hasta el cementerio de New Hope (Jefferson). Faulkner es Misisipi, y en Misisipi se aúnan todas las voces: las pasadas, las presentes y las que, una vez muertas, aguardan su destino lejos del polvo y la sangre.

Para Jesmyn Ward (Misisipi, 1977), no hay mayor cárcel que la tierra quemada, y los personajes de La canción de los vivos y de los muertos (Sexto Piso, 2018), deambulan en ese espacio donde todo es repetición: los mismos crímenes; las mismas razones atávicas;  el mismo deseo de huida. Jojo, un adolescente mestizo convertido en adulto; Leony, una madre drogadicta, lastrada por la muerte violenta de su hermano; y Richi, el fantasma de un niño asesinado en los años 40, mientras cumplía condena en la cárcel de Parchman.  Esta no es una novela de aprendizaje, porque nada se aprende conviviendo entre muertos.

Y este es, quizá, el mérito de una novela que impregna en sus personajes una misma conciencia narrativa, un mismo espacio común donde se mezclan lenguaje, simbología y exclusión. Habla la autora por todos ellos, porque ella es heredera de la tierra, o de la tierra inexistente, y esto, pudiendo ser una carencia estructural, o un defecto en la construcción de los personajes, se convierte en ejemplo de unidad, imprescindible para la comprensión metafórica de los capítulos finales; esencial para aprender del espíritu de quienes son, o han sido alguna vez, hijos ilegítimos de William Faulkner.

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