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PASIÓN

Quizá debiéramos recuperar la pasión. Quizá debiéramos entenderla. Quizá debiéramos venerarla como lo que realmente es: el motor del mundo. De la ausencia de pasión nace la materia, y de la materia nacen los mundos materializados. Les confesaré que, cuanto más tengo (y tengo muy poco, diría que nada), menos pasión siento. Y cuanta menos pasión siento, más ansío acumular objetos y paredes firmes. Diría que la materia y las vides materialistas que la agigantan son un búnker contra ausencia de pasión, contra el vacío de quienes espera la muerte bebiendo caviar, ajenos por enfermedad a la construcción del nuevo mundo. Yo deseo construir un nuevo mundo, al igual que tú, al igual que ustedes, y para ello necesito un martillo, mi martillo, y golpearlo contra el yunque convencido de que el ruido es un latido perfecto, un latido único e impenetrable al caos. También necesito amarlo. Necesito devorar sus esquinas, y compartirlo con el ser amado, y decirle que soy yo y solo yo gracias a la belleza del martillo, gracias a mi bellísimo juramento de lealtad. De lo contrario moriré. Sin la pasión por ese martillo iluminado, moriré. O peor aún, me refugiaré en un castillo deleitándome con el caviar que cuelga perezosamente de los cipreses.

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