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PLATAFORMA: CUANDO LA REALIDAD ABANDONA SUS CORSÉS

 

Un tipo anodino, sarcástico y aparente mente frustrado entra en un salón de masajes tailandés buscando sexo. El escenario demasiado soez. Todo es clandestino, «a lo lejos se perfilaba una torre Eiffel muy estilizada; aquello no respondía exactamente al mismo concepto que los gimnasios de los hoteles Mercure». Flotan sobre los dos amantes prejuicios y suposiciones. La muerte del padre de él y su anodinia hacía el recuerdo. El talento corporal de ella y sus cargas familiares. Se escucha el gemido barato de los otros clientes, y una especie de música balinesa que hiede a sudor. Y, sin embargo, el acto sexual es limpio, leal, programado para ser simplemente un acto de consenso.

Podríamos pensar Houellebecq concibe el placer como la gran medicina del mundo ajena reglas y contextos. Es el liberalismo de la carne, la concepción del sexo como bálsamo y negocio. Es la edulcoración del turismo sexual con fines purificadores.

Plataforma es algo más que la historia de Michel y Valérie, dos seres antagónicos unidos por una extraña comunión física. Michel, funcionario del Ministerio de Cultura, conocedor de los entresijos del arte, y aquejado de una profunda indiferencia vital tras la muerte de su padre. Valérie, ejecutiva de una empresa turística, joven, independiente y ambiciosa. Tras un viaje a Tailandia, su relación deja de ser anecdótica para transformarse en adictiva. En la dependencia, en el sexo sin contextos hay un espacio común donde Michelle y Valerie desnudan sus secretos y buscan sin ambages la continuidad del placer.

Houellebecq conoce bien el mecanismo de la controversia. Su argumentario es, por momentos, inflamado y postizo. Hay una querencia hacia el uso de la realidad como recurso estético. Es un paso previo a la falsa ideología, o a la idea como fachada sin propósito. No creo que Houellebecq defienda el turismo sexual, ni que sea (a pesar del retrato de Francia que realiza en su novela Sumisión) un islamófobo convencido. En él hay una reivindicación del realismo más sucio y pedestre, similar al de Raymond Carver, pero libre de toda inhibición moralista. 

Plataforma es una novela eficazmente construida, que hace del sexo una digresión sociológica, y en la que fluye una confusa tensión narrativa que por momentos se vuelve tangible, incómoda, y, sobre todo, apta para conducirnos por espacios mucho más perturbadores que un simple salón de masajes.

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