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PUNTO DE PARTIDA

La complejidad de una obra literaria no siempre es explícita, ni desbordante. En muchas ocasiones, los elementos manidos y superfluos, más allá del contexto histórico, Rsconden grandes personajes, y también retratos sociales impulsados por una vocación crítica. Ese es el caso de Orgullo y prejuicio.Existen dos vías para analizar la obra de Jane Austen: una basada en la estructura y el estilo narrativo; otra consistente en la aplicación de una visión ideológica (y feminista) al sentido de la historia y al valor sociológico de Elizabeth, su personaje principal.

Orgullo y prejuicio es una obra magistral en términos de estructura, y a la vez extraordinariamente lenta. Quizá la especial cosmogonía que produjo la hora de Austen (no sólo Orgullo y prejuicio; también Persuasión o Sentido y sensibilidad), caracterizada por el influjo en toda mi corte la burguesía agrícola inglesa de finales del siglo XVIII, solo puede ser descrita manejando el tiempo narrativo de manera alargada y por momentos fútil.

En este caso, la historia de la familia dela familia Bennet y los amores no correspondidos de Jane y Elizabeth son descritos como parte un amplísimo fresco en el que imperan en la tradición y los códigos morales, así como el ensalzamiento casi ridículo de linaje y los poderes familiares. La estructura lineal de la obra y el dibujo psicológico de sus personajes a través del diálogo (sin saltos en el tiempo y con brevísimas e insuficientes inflexiones descriptivas) hacen que su coherencia interna resulte tan sólida e impermeable como superficial. La voz omnisciente elegida por Austen (formal, elegante, tradicional) y su tímido rechazo a la introspección psicológica(salvo en determinados pasajes epistolares en el maravilloso diálogo final entre Elizabeth y Lady Catherine) hacen que la tensión narrativa sea intermitente, y que la construcción de determinados personajes responda a una idea forzadamente artificial. El uso unitario del lenguaje (aséptico en muchos tramos y demasiado riguroso) y el rechazo a la digresión lírica restan calidad a una obra mucho más compleja de lo que aparenta ser.El fresco histórico al que hacíamos alusión, y el análisis sentimental (que no psicológico) de todo un estrato social y de las podredumbres morales de la burguesía, ha sido considerado por muchos un signo de modernidad, o en palabras de Edward Said, citando la obra de Hegel, un ejemplo de secularización espiritual.Ydicho signo de modernidad reside con todo su esplendor en el personaje de Elizabeth. A diferencia de ciertas corrientes críticas, como la encabezada por Marylin Butler, que consideraba la obra de Austen un elemento perpetuador de los roles que subyugaban a la mujer al corsé familiar y al matrimonio, Elizabeth rompe de manera sutil el paradigma de la época. Reside en ella una vocación racional y subversiva que difiere del resto de personajes, incluso en aquellos espacios comunes que pueden resultar a simple vista ridículos o simples. Elizabeth abraza la idea del amor romántico, pero siempre bajo una visión individualista e irreductible. Su marcado conservadurismo, siendo latente, deja entrever una dignidad unitaria impropio de la época, yaunque no podamos referirnos a ella como un personaje feminista, su compromiso emocional consigo misma la convierten en un maravilloso y premonitorio punto de partida de los grandes personajes femeninos vinieron a continuación. Y solo por ello, Orgullo y prejuicio es obra tan criticable y manida como imprescindible.

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