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SER O NO SER

Ser o no ser, esa es la cuestión. Abrazar el mundo con sus virtudes y defectos, o prolongar sine die nuestra infelicidad. Construir un discurso que abarque detalles y contradicciones, sonidos y silencios, o secuestrar la mirada para que solo quepa en un palmo. Ser, sin ataduras ni etiquetas, o no ser, siendo a su vez perfectos en la misión que el azar nos atribuye. Esta y no otra es la cuestión.

 

Podemos dudar, como hizo Hamlet, más allá de la muerte y el dolor, sin necesidad de empuñar una daga. Podemos, y debemos, preguntarnos qué significa ser en este mundo tan expuesto a las etiquetas, tan doblegado a la productividad y la mercancía. Haríamos bien en saber ––quién sabe cómo–– si en nuestra querencia por definirnos no hemos renunciado a la libertad.

 

El pasado 10 de noviembre, se inauguró en Roma una exposición con pinturas de Bob Dylan., llamada The retrospectrum collection. El acto tuvo lugar en la Fundación Maxxi, y su presidenta, Giovanna Melandri, refiriéndose al valor del evento y, por supuesto, a la grandiosidad del artista, dijo:

 

Músico, compositor, poeta, Premio Nobel de literatura. Bob Dylan es un mito absoluto, uno de los iconos culturales más importantes de nuestro tiempo. Con esta exposición tendremos el privilegio de descubrir un aspecto inédito de su inagotable talento. Sus pinturas, como sus canciones, son potentes, sinceras, inmediatas, evocan viajes y sugerencias en el camino. Dylan es un pedazo de nuestra historia y parte de nosotros. Por eso estoy particularmente complacida con esta exposición en Maxxi que la cuenta en su totalidad y nos dice.

 

Sin duda, la pintura de Bob Dylan evoca la idea de tránsito, de soledad en el camino, de observación constante del color, de la luz que declina, de las marcas de neumático en el asfalto. En las esquinas, en los apeaderos, en el horizonte que desnuda los trazos luminosos de la ciudad, se observa al sujeto que deambula sin saber hacia dónde, sin esperar la acogida de los otros, desconociendo si, en esa larga estación que asoma entre árboles y fábricas desvencijadas, se detendrá por fin. «Los nubarrores rugen en torno a mi puerta, me digo que tal vez no siga aguantando», dice en su canción The man in me.

 

Supongo que Dylan es ese sujeto que busca mientras observa, que construye sabiéndose perdido, que detesta la luz flemática del dolor. El poeta Alan Gingsberg aseguró que su mayor frustración fue no ser Bob Dylan, y no le faltaba razón. Pocas mujeres y hombres han conseguido a lo largo de la historia ser.

 

Y es aquí donde reside el dilema. En una de las muchas crónicas de la exposición, un periodista se preguntó qué habría sido de Dylan si se hubiese dedicado exclusivamente al pincel, su hubiera centrado sus esfuerzos en la pintura, si no hubiese jugueteado con la música o la seudopoesía, si no hubiera usurpado con su Nobel de Literatura el territorio exclusivo de ciertos popes. No ser para ser, esa es la acusación que muchos formulan contra Dylan, y que hacen extensiva al resto, a quienes le seguimos, a quienes le escuchamos, a quienes leemos sus letras o los trazos de color de sus pinturas. No ser para ser, o ser en exclusiva, como si en la etiqueta figurase la verdad del ser humano, como si debiéramos interactuar vestidos de uniforme, sin derecho a la transformación, vedada la posibilidad de ensamblarnos con múltiples discursos.

 

Quienes discutieron la legitimidad de Bob Dylan para recibir el Nobel de Literatura se referían a él como cantante y no escritor, obviando ––posiblemente jamás lo leyeron–– que en sus muchos de sus versos contienen la historia de las muchas mujeres y hombres que caminan sin rumbo, como balas perdidas, como seres invisibles que solo encuentran refugio en un cubo de basura o en las profundidades de un arcén:

 

 

Cenizas y diamantes

No puedo distinguirlos

¿Acaso no me oyen llorar?

 

 

Quienes critican al Dylan escritor por ser cantante, criticarán también al Dylan pintor por ser poeta. Y en esa estúpida denominación, que es siempre colectiva y solo pretende cosificar al hombre, reducirlo, como ya advirtió Ernesto Sábato, a la condición de engarce, se plantea nuevamente el dilema de Hamlet, que hoy deberíamos considerar superado gracias a Bob Dylan: Ser, sin límites ni cuadraturas absurdas, o no ser.

 

 

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