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TODOS SOMOS MICHAEL

En una de las escenas más terroríficas de la historia del cine, Michael Corleone, tras haber ganado una de sus peores batallas contra el gobierno americano, vestido y peinado con su estilo marcial, henchido de un poder plastificado y sacro, dice a Kate, su mujer, la madre de sus hijos, el sueño impertérrito que ahora promete abandonarlo, a él y a su imagen cancerosa de éxito y plomo, de rezo, diezmo y ejecución callejera: ¿Acaso no crees que vaya a utilizar todo mi poder para evitar que eso ocurra? Michael hablaba de interés. Un interés visceral, violento e inmediato. Un interés erigido como el dorso de una cobra que mastica al sujeto más débil.

Michael fue la precuela de quienes años más tarde dogmatizaron a golpe de interés, con sus Miro por mis intereses, con su forma camaleónica de blanquear el egoísmo, con su brío ecuacional para empolvar el martirio de quienes han perdido el empleo, de quienes han perdido el futuro, de quienes han perdido el alma en una batalla desigual, plagada de intereses desiguales, nutrida de sujetos que solo existen dentro de su carne, al igual que Michael Corleone, al igual que todos los que emulamos su caricia huyendo de él.

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