¡VICTORIA, VICTORIA, VICTORIA!

Victoria, victoria, victoria!

Así debieron gritar los responsables de Amazon cuando supieron que sus trabajadores habían rechazado la constitución de un sindicato.

Victoria.

Ya podían paladearla. Ya podían incorporarla a su catálogo de servicios y a su imagen de marca. Ya podían proclamar ––el mundo estaba expectante–– que todo estaba bajo control y que la rueda del consumo seguía en plena forma.

Victoria.

Y como el lenguaje nunca es neutral, los relatores hablaron de victoria y no de fracaso. Atrás quedaba la posibilidad de reclamar mejores salarios, mejores jornadas de trabajo y un mayor espacio para la conciliación. Atrás quedaban los debates sobre el equilibrio y la salud laboral. Atrás quedaban las amenazas de despido y el abismo de la deslocalización.

Victoria.

En el documental «American Factory» se relata el proceso de inversión de una empresa china dedicada a la fabricación de parabrisas en la ciudad de Ohio. Afectados por desempleo y la crisis financiera, un magnate promete a sus vecinos trabajo y nuevas esperanzas. Pero las reglas del beneficio y la producción a destajo recuperan el fantasma sindical. Entonces el magnate ––que hasta ayer recorría los pasillos de la fábrica con una amable sonrisa–– dice: «Si me imponen un sindicato, se acabó». Temiendo un nuevo cierre patronal y largos años de miseria, los trabajadores votan no. No la constitución del sindicato. No a los discursos contra el abuso y el maltrato salarial. No a la liturgia funeraria del desempleo. Agradecido, el magnate los invita a una gran fiesta empresarial con manjares, champán y un bonito espectáculo de danza. Y todos “celebran” la victoria. Y algunos pervierten ese verso de Whitman que dice: «Vuélvete, ¡oh, Libertad! que se ha acabado la guerra».

Victoria.

¡Victoria, victoria, victoria!

La misma victoria que nos ahora nos brinda Amazon. La misma victoria que nos “protege” del reglaje sindical y su improductivo retraso. La misma única y única victoria que nos aleja ––a muy buen precio–– de quienes vitorean a disgusto su malgastada oscuridad.

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