En mi zona de confort hay guerra y lenguas de ladrillo. En ella nadie muere, o yo no muero, y el ruido de la carne al caer es anestésico. Sin pasado, sin la hondura de los años próximos, juego a describir el mundo de los otros lapidando el mío. Más allá del juego y del sexo y de la literatura, emerge una cabaña de cristales delgados, limpia como el brillo acerado del mar. Abro la puerta y me remango. Observa mi herida. Dime si puedes ahogarla. Tus dedos se enfría la aguja mientras tomo asiento, mientras vago por la cascada de ramas magullando la miseria, y apagando la muerte. En mi zona de confort nadie muere, o yo no muero. Por eso la tengo prohibida. Por eso, ni fue ni será nunca mi zona de confort.
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