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Malvivir para contarla

Confieso que, cuando rozaba la veintena, quise ser reportero de guerra. Aún quedan restos de aquel deseo, de mi ciega excitación por la guerra y la muerte.

Malvivir para contarla

Sueño con el sacrificio que supone renunciar a la vida ordinaria, y me reinvento, casi a diario, como alguien que desciende a los infiernos para describir la verdad.

Reportero de guerra

En su artículo Graziel en las fronteras, Antonio Marco Guerra abordó la figura del gran reportero de guerra, y escribió:

«Tenemos la sensación de que el hombre al lado de grandes desgracias sea terco, opaco, inmune al mundo. Más que un hombre que ocupa un espacio parece un bloque de espacio impenetrable en forma de hombre. El mundo lo golpea de rebote, choca con él, a veces se le adhiere, pero no le atraviesa casi nunca».

Yo no soy ese bloque absoluto y convencido de sí mismo, ni tampoco el cronista que secunda su tiempo dentro del lodo, sin zigzagueos ni compasión, como el fotógrafo James Natchwey, o el mejor corresponsal que tuvo Occidente en Oriente Medio: Robert Fisk.

Podría decir que arrastro ciertos atavismos de los que no puedo desprenderme. (En el fondo, estoy programado para normalizar el privilegio). Pero solo es cobardía. No rescindir nuestro presente por un fin justo, es sinónimo de rendición, y yo me rindo a diario.

Ser otro

En su libro Todos náufragos, Ramón Lobo dijo de sí mismo:

«Han pasado 53 años, y aún fantaseo con ser otro, tener otro padre, otra familia. Siempre con la carga de la infancia, de los yo que alimento y arrastro. Soy un tipo en guerra subterránea permanente conmigo mismo, preso de un relato trágico del que no consigo desprenderme».

Todos naúfragos de Ramón LoboPero en esa guerra, que no es tan subterránea, hay vencedores y vencidos. Y Ramón Lobo fue un vencedor. Siempre en tránsito. Siempre dispuesto a encontrar un lugar desde el que retratar la verdad.

Puede que nunca consiguiera desprenderse de su relato trágico, pero lo combatió. Supo desnudarlo con la honestidad de quien se sabe cautivo. Supo y quiso correr por delante de él, como un animal que flirtea con la derrota y aun así sonríe.

A quienes convivimos con la cobardía y no sabemos tantear a la muerte, nos queda solo un camino. Sacar de nuestras entrañas la guerra y observarla, por medio de la palabra, como quien contempla el escenario de una batalla. Allí, entre delgadas hogueras y voces que susurran la negrura, reside otra gran verdad.

Y yo me abrazo a ella, caminando como un falso reportero que confunde los bombardeos con el llanto; diciendo, a quienes nos honran con sus crónicas de larga distancia, que estén tranquilos: aquí resiste un cobarde que ha decidido malvivir para contarla.

Pronto se cumplirá el mes de su último viaje…

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