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ZONAS COMUNES

El Open Arms 1 es una embarcación con 66 metros de eslora, 15 de manga y un tonelaje cuatro veces superior al viejo balandro de nombre Astral, con que la oenegé venía salvando la vida de cientos de inmigrantes arriesgaban sus vidas en el mar Mediterráneo. Se trata de un buque armado también con cuatro lanchas y un helipuerto. Según informó la Agencia EFE, el pasado 17 de agosto rescató a 101 inmigrantes que se encontraban a la deriva en una lancha neumática. La noticia pasó desapercibida. De manera simultánea, y como si se tratase de una noticia complementaria, algunos medios informaron de que el gobierno de España reanudaba sus misiones marítimas para controlar la seguridad del flujo migratorio. Esta noticia también pasó desapercibida.

No estoy seguro, ni siquiera en un plano jurídico, de que seguridad y rescate sean conceptos complementarios, y mucho menos de que la política migratoria de un estado vaya en sintonía con los propósitos de una oenegé como Open Arms. La palabra control, más allá de su función ordenadora, debemos entenderla como un acto de prohibición. Y prohibir en medio del mar, con cientos de inmigrantes agitando los brazos en un balandro a la deriva, dista en exceso de lo que hoy entendemos por seguridad.

Pero nada es relevante. Las buenas noticias, que siempre tienen una precuela nefasta a la que nunca prestamos atención, caen a un segundo plano, quizá a una tercera o cuarta dimensión en la que priman el anonimato y la anécdota. Las malas noticias, aquellas que de manera objetiva deben merecer nuestra repulsa, desaparecen también si su grado de afección es limitado o nulo.

El problema de los dramas humanitarios es que su exposición, quien sabe si deliberada, incurre en demasiadas zonas comunes cuyo lenguaje, también común, ha perdido su factor sorpresa. La muerte en el mar Mediterráneo se ha convertido en un concepto, en un atavismo del que no percibimos su ruido porque sucede en lugares geográficamente desfigurados.

Nuestra visión occidental de la tragedia es material y pedestre, siempre sometida al medio plazo y basada en un concepto individualista del Derecho. Ni siquiera la guerra, que es animal y aplastante, se abre hueco entre las cifras de consumo y los análisis de precariedad. Somos vigilantes de lo colectivo, sí, pero no de lo flagrante, y aunque no es fácil objetivar nuestras prioridades a través del lenguaje, pronto este se convertirá en una gran zona común tan tibia como desesperante.

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