Mi email: contacto@joseluis-diaz.com
LA INMOLACIÓN DEL RECUERDO

«Mis padres ya no existen, pero existo yo, y me marcho en cinco minutos». Pero estos cinco minutos, que para Manuel Vilas son fugaces, y que discurren de manera circular, a golpe de impulso, entre decálogos en tiempo presente y fotografías quemadas, adquieren su mayor significado en tiempos de paz. Y la paz, más allá del bucle familiar que Vilas describe en Ordesa (Alfaguara, 2018), más allá de nuestras involuciones vitales, es el tiempo de conocimiento, o del autoconocimiento, o de la autodestrucción por un exceso/abuso de información privilegiada.

Para Franceso Pecoraro (Roma, 1945), el recuerdo (o la blasfemia por el tiempo perdido) puede ser un ejercicio de condensación. Así concibe la vida de Ivo Brandani, un ingeniero llamado a ser profesor de filosofía, o un filósofo irredento convertido en ingeniero gracias a su amor por los puentes, y a su concepto inmaterial de fusión, de unión de partes inconexas, de conjunción estética entre pasado y presente; una vida desfragmentada durante veinticuatro horas, mientras Brandani espera una avión que lo devuelva a casa. Fragmentos de posguerra, de iniciación sexual, de revolución estudiantil y amancebamiento. Fragmentos en los que un padre que nunca desactivó su gen fascista invade con impulsos pretéritos cada recuerdo y cada error.

Franceso Pecoraro construye en su obra La vida en tiempos de paz (Periférica, 2018), una historia aparentemente  desorganizada en una digresión técnico/científica, y también poética, sobre el espíritu y la vacuidad, sobre el modo en que la Paz Capitalista apaga nuestro amor por la auto revolución.

El uso de dos voces narrativas que responden a una sola conciencia central, y el hecho de que tiempo real y tiempo histórico converjan en una gran elipsis, cargada de  realidades en miniatura, y de una notable fraseo ensayístico que no elimina la tensión de la obra, más allá de su puntual efecto ralentizador, hacen de La vida en tiempos de paz un ejercicio de vanguardia muy próximo al lenguaje adverviado de Foster Wallace y a su instinto por capitular el tiempo y la emoción. No es una obra de lectura fácil, sin duda, pero sí un bellísimo (y salvaje) acto de inmolación literaria.

Add Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *