Dentro de veinte años, tendré casi sesenta. Quizá esté enfermo. Quizá esté pensando en la jubilación, o en viajar a lugares tranquilos, o en dar la vuelta al mundo, sin nada que perder o nada que ganar. Dentro veinte años, hablaré de mi familia en pasado. Quizá haya perdido las fotografías de mi padre, o mis primeros manuscritos, o los vídeos que hoy guardo en mi teléfono móvil. Puede que ni siquiera existan los teléfonos móviles, o que dentro de veinte años nos comuniquemos de manera incorpórea, con gestos limpios y solitarios, con palabras que hayan reinventado su significado. Dentro de veinte años, mi nombre será distinto, o no existirá, o será un recuerdo amable para nostálgicos de lo vacuo. El presidente de Argentina, Mauricio Macri, dijo que los perdedores de la final entre River Plate y Boca Juniors tardarán veinte años en olvidar su dolor, que será como un bloque de hielo limpio, barnizado y dictatorial, plagado de lapsos y de deudas, convertido, como dijo Camus, en un duelo benigno por la moral y la obligación. Dentro de veinte yo me encontraré con ellos, aquí o al otro lado del charco, y les preguntaré amablemente (y cegado por el sueño) qué han sentido al despertar.
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