¿Acaso erraba Walt Whitman al afirmar que existe la vida y la identidad, que prosigue siempre el poderoso drama y que todos, sin excepción, podemos contribuir con un verso? ¿Era injusto al afirmar, recurriendo por igual al grito y al susurro, que nadie era más necio que él ni más desleal? ¿No fueron sus ojos, que en vano ansiaban la luz, y sus años, vacíos e inútiles, el espejo que hoy nos interroga? Me pregunto qué pensaría nuestro poeta si escuchara ese gran discurso colectivo que simplifica los detalles, que anuda lo incierto con exabruptos y rechaza la contradicción. Él, que se jactaba de contener multitudes y alargarse en ciudades y campos como una sombra iridiscente, guardaría silencio. Nada que decir frente a la negación del yo y sus matices. Nada, salvo el desprecio. Si la polarización de nuestros días es, en realidad, una negación de la vida interior, del recuerdo transformado en silencio, la poesía tiene por delante una dura batalla.
En la bellísima obra Poemas sordos (Valparaíso, 2022), la escritora María Jesús Mena se adentra en ese espacio majestuoso, en esa vasta y opulenta geografía en la que comparecen venerables memorias y retornos fascinantes, que sirvió de refugio a José Manuel Caballero Bonald y hoy representa un territorio vedado. Sin sosiego para las delgadas melodías, difícil nos será recomponer la vida con gratitud, o abordar libremente el dilema del fracaso.
Pero Poemas sordos es una perfecta reconstrucción de esa partitura y de los múltiples detalles que avivan el laberinto. En esta obra imprescindible cargada de preciosismo y precisión, María Jesús Mena alivia, como ya hiciera Cristina Peri Rossi en Estado de exilio, nuestro dolor tras la tortura. Y como bien reza su poema Plenitud, será su mano la que acaricie sin ruido las puertas de la hermosa y abundante tierra.
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