Penden las esquinas sobre el mar.
Distintas, febriles, rápidas; las visito de tu mano y araño la espuma.
Quiero saltar.
Y caminar a ciegas.
Quiero regresar a la cama y disolver las vigilias de aire.
Ahora tiemblas.
Sonríes.
Aprietas las palabras y silvas.
Hay una procesión de cristales: los señalas, los discutes; pretendes de mí un gesto viciado.
Y juro que deseo regalártelo.
Juro que construiré tu esquina perfecta.
Suave.
Irrebatible.
Sin coordenadas ni debates.
Sin guías.
Una esquina privada.
Una esquina donde el caos (tuyo, mío o del mundo) será simétrico.
Será eterno.
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